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27 octubre 2007

Investidura como Doctor Honoris Causa de Antonio Muñoz Molina

La concesión del Doctorado Honoris Causa al escritor ubetense fue aprobada por el Claustro Universitario de la UJA el 13 de diciembre de 2006.

Muñoz Molina impartirá la clase inaugural del II Master en Escritura Creativa Hotel Kafka el próximo 7 de noviembre.

fuente: Universia



El Aula Magna de la Universidad de Jaén acogerá el próximo día 29 de octubre el acto de investidura como doctor Honoris Causa de Antonio Muñoz Molina.

La concesión del Doctorado Honoris Causa al escritor ubetense fue aprobada por el Claustro Universitario de la UJA el 13 de diciembre de 2006, a propuesta del Departamento de Filología Española, por tratarse de “un jiennense universal cuya calidad literaria y cuyo compromiso con la realidad de su tiempo y con los valores humanos, en sentido amplio, son reconocidos en todo el mundo de habla hispana”.

Uno de los valores más sólidos de la narrativa
Antonio Muñoz Molina está valorado en la actuación por la crítica como uno de los valores más sólidos de la narrativa. Estudió Historia del Arte en la Universidad de Granada y Periodismo en la de Madrid. Sus primeros escritos fueron artículos periodísticos que en 1984 recogió en su primer libro publicado, El Robinsón urbano.

En su primera novela, Beatus ille (1986) ya aparece su ciudad imaginaria, Mágina, que se convertirá en un lugar común en sus obras sucesivas. El invierno en Lisboa (1987) mereció el Premio de la Crítica y el Nacional de Narrativa, que volvió a recibir en 1992 por El jinete polaco (Premio Planeta, 1991).

Obra
La obra de Muñoz Molina se mueve en los territorios de la memoria tratando de reconstruir la reciente historia de España con la mirada del que se siente deudor del cine negro y la novela policiaca; Beltenebros (1989) es un claro ejemplo en el que se narra una acción de intriga y amor en el Madrid de la posguerra con trasfondo político.

Madrid es otro de sus temas recurrentes como lo demuestran sus novelas Los misterios de Madrid (1992) y El dueño del secreto (1994). En 1995 fue elegido académico de número de la Real Academia Española.

Hasta el momento han sido seis los Doctorados Honoris Causa concedidos por la Universidad de Jaén, grado que ha recaído en los catedráticos Joaquín Ruiz-Jiménez Cortés (2001), Manuel Valdivia Ureña (2002), Pedro Martínez Montávez (2003), Antonio Luque López (2005), Manuel Ortigueira Bouzada y Tomás Ramón Fernández Rodríguez (2007).

16 octubre 2007

'Plumíferos' a la carta en Sol

David Torres (Columna publicada en El Mundo)

Nada más temible para un escritor que la página en blanco. Fue una de las preguntas que el público lanzó a los 10 plumíferos que nos sentamos en dos tandas consecutivas en una plataforma en la Puerta del Sol por iniciativa de El Corte Inglés y el Hotel Kafka. En principio, no parecía una buena idea unir algo tan íntimo y tan solitario como la literatura a un carrusel de espectáculos que iban a dejar la noche de Madrid tan ardiente como una bombilla. Ramón Pernas, uno de los dos conductores del asunto, expresó su temor anunciando, nada más empezar la tertulia, la visita de Bono a aquel improvisado escenario sobre la capital. No hizo falta: un buen puñado de gente nos arropó y eso que, como si las nubes fuesen analfabetas, la lluvia empezó a caer con puntualidad y persistencia británicas.
Pero eso es típico de Madrid. Un mes entero sin llover y en la cita cultural más importante de la estación, la lluvia se echa a la calle, ávida por aguar la fiesta. No importó. El sirimiri nos fue calando suavemente, a medida que nos internábamos por los entresijos de la creación literaria. ¿Por qué empezamos a escribir? ¿Cómo lee un escritor? ¿Qué es el estilo? Cada uno respondió como mejor supo. Eloy Tizón dijo que leer grandes novelas le ayudaba mientras que Rafael Reig (el otro maestro de ceremonias) sostenía exactamente lo contrario. «A mí Tolstoi, por ejemplo, me aplasta, me dan ganas de dejarlo. En cambio leo una novela de Pérez Reverte y eso me anima mucho. Eso lo hago yo con una mano atada a la espalda».

Con la curiosidad malsana y comprensible que mueve siempre al respetable, un hombre se acercó al micrófono para preguntar si se ganaba dinero con esto de la literatura. Tizón dijo que sí, que todos ganaban dinero con los libros, el editor, el librero, el distribuidor. Todos excepto el escritor. Yo añadí, copiando a Charles Bronson en Los siete magníficos, que en realidad era un millonario excéntrico y que lo de la literatura, para mí, no era más que un hobby. Poco después el calabobos pasó a la categoría de aguacero y levantamos la sesión. Una media hora después escampó y se sentó la segunda tanda de plumíferos, pero a mí me sorprendió ver cómo la gente seguía aguantando a pie firme. Una mujer preguntó qué consejo podían darle para un adolescente que quería dedicarse a escritor. «Que lo deje, mujer» dijo Reig, con su ironía habitual. «¿Es que quiere que su hijo acabe como uno de nosotros?». No le faltaba razón. Pero, tanto desde el escenario como desde los vídeos de la pantalla, los escritores respondimos a coro: que lea. Que lea mucho.. Que no deje de leer. La escritura es algo secundario, una lectura más atenta. No bajo los focos ni las luces: entre los libros es como se pasan las mejores noches en blanco.

13 octubre 2007

El poeta cactus

Artículo original publicado por Eduardo Laporte en el blog "El Náufrago Digital" ( http://blogs.periodistadigital.com/elnaufrago.php/2007/10/09/el_poeta_cactus )

Hace poco conocí a un fotógrafo manchego que coleccionaba cactus. O cactuses. Muchos de ellos repartidos por su discreto pero resultón adosado de dos plantas. Imagino uno justo en la esquina de la escalera, silencioso, amablemente amenazante. Son unas plantas, por lo visto, que viven con poco y hablo sin tirar de Wikipedia. Incrustan sus raíces en tierra y rechupetean la poca humedad que puedan exprimir de un páramo como el Sáhara o la frontera de Tijuana.

Bien.

Me acerqué como periodista imparcial al Hotel Kafka, que es todo menos kafkiano y sí acogedor y con gente de la que uno querría ser su amigo. Se fallaba el nosecuántos premio Lengua de Trapo, y allí estaban esas plumas promisorias de las que uno promete leer algo algún día, Eloy Tizón, Ramón Pernas y Rafael Reig. A éste último lo encontraría[mos] días después encontraría entre las páginas de Público, como jefe de Opinión, que es como el puesto más español que puede haber en España: jefe-de-opinión. Mandar y opinar. Óle.

Le dieron el premio a un tal Pepe Monteserín, por La lavandera. Sus gafas quevedianas al estilo gafipasti, las de Monteserín, me tuvieron hipnotizado un rato, y me hicieron pensar en un futuro post sobre gafas y mundo actual. Contó, sincero y gracioso, que la novela le había surgido de una conversación con su mujer, mejicana ella. “Conoces a algún personaje famoso de tu país sobre el que pudiera escribir”, preguntóle. Y le contestó que el poeta Manuel Acuña. Y acudamos un rato a Wikipedia para decir que fue un poeta mexicano nacido el 27 de agosto de 1849 en Saltillo, Coahuila, Méjico y que se suicidó ingiriendo cianuro en su habitación de la Escuela de Medicina el 6 de diciembre de 1873.

Fue un gran romántico, un Byron mejicano, un Espronceda mejicano, dijo Monteserín, que vivió en tiempos en plena ebullición, boiling times, que procedo a glosar con ayuda, ahora sí, de Wikipedia. En aquel XIX mejicano hubo primero independencia de España, aprovechando que por aquí los franceses de Pepe Botella andaban dando argumentos para la próxima peli de Garci. Luego guerras con Estados Unidos, sucesión de gobiernos varios, dictaduras con poco de dictablandas, bancarrota del país, guerras liberales, hostilidades militares de parte de los franceses, que ocuparon la capital en 1863, fin del Segundo Imperio Mejicano en 1872, motines rebeldes de los indígenas, que a pesar de todo existían, el Porfiriato, e inicio de la Revolución Mejicana, con la entrada del siglo XX.

Vemos, pues, que entonces no hacía falta plantearse las bondades o maldades de Educación para Ciudadanía para rellenar periódicos. Y entre todo ese pandemónium de maremágnums estaba el delicado poeta Acuña, harto del totum revolutum de su pinche país, adicto a un valium que aún no se había inventado. Se suicidó no olvidemos y, según su ‘biógrafo’, no lo hizo por un mal de amores con una tal Rosario, sino por ser un cactus en pleno Amazonas, por ser una planta que con unas pocas de agua en un secarral se bastaba y sobraba para sobrevivir austeramente, feliz, en equilibrio, en paz, y le tocó un hábitat salvaje, desproporcionado y fuera de tiesto, nunca mejor dicho. Y apabullado como andaba, en las antípodas de la española Generación del 50, los Ángel González, Brines y compañía, del hastío y la repetición de días tan iguales como grises, decidió quitarse de en medio. Quizá su autoasesinato, como el de tantos otros escritores suicidas, respondía al deseo casi físico de alcanzar el silencio, entre tanta estridencia y violencia desbocada. Todos somos, pues, un poco cactus. Y un poco amazonas. Él era extremadamente cactus, y así le fue.

 

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