ENTREVISTA
RICARDO PIGLIA
por Mateo de Paz
Ricardo Piglia (Adrogué, Buenos Aires, 1940) es actualmente profesor de literatura latinoamericana en Princeton University, donde ocupa la cátedra Walter S. Carpenter. En 1967 apareció su primer libro de relatos, La invasión, y a él le siguieron Nombre falso (1975) y Prisión perpetua (1988), las novelas Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992) y Plata quemada (1997) y los ensayos Crítica y ficción (1986), Formas breves (1999) y El último lector (2005). Está unánimemente considerado como uno de los grandes escritores argentinos de nuestro tiempo.
Mateo de Paz, profesor de Hotel Kafka, lo entrevistó el 10 de octubre de 2007 a raíz de la clase magistral que el escritor argentino impartió en el Festival VivAmérica, titulada «El escritor como lector».
Mateo de Paz: ¿Qué te hizo ser escritor?
Ricardo Piglia: En su día no me dije que quería ser escritor porque las grandes decisiones uno las toma sin darse cuenta. Se eligen aquellas cosas que no tienen mucha importancia, como, por ejemplo, asistir a Madrid a una reunión como ésta, ir al banco, cambiar de canal en la televisión... Uno no construye su vida tomando la gran decisión. Yo miro hacia atrás y veo las decisiones que han cambiado mi vida y en el momento que las tomé ni me di cuenta de que las estaba tomando. Uno encuentra una mujer y no sabe si esa es la mujer de su vida hasta pasado el tiempo. Al escritor le pasa lo mismo: empieza a escribir y, de pronto, han pasado varios libros. Entonces ya se puede decir que está dentro, que es escritor. Todo funciona con esa idea retrospectiva de hacer girar la vida a partir del nuevo tipo de oficio. Aunque la respuesta que habría que dar aquí es que uno escribe porque antes leyó (risas).
MDP: Eres profesor de literatura latinoamericana en la Princenton University. ¿Es ésta tu única formación?
RP: ¿Me preguntas por mi formación profesional?
MDP: Sí, exacto.
RP: En realidad, cuando llegó el momento de ir a la universidad, decidí estudiar historia porque el modo como se estudiaba literatura en la Universidad Nacional de La Plata me parecía que alejaba a cualquiera que tuviera intenciones de escribir. La intención de la enseñanza de la literatura de entonces (quizá también la de ahora) era alejar a la gente de la literatura. Aquella era una relación completamente burócrata y académica. ¿Cómo se iba uno a acercar a esos grandes escritores, qué se yo, Cervantes, Faulkner, Kafka, Borges o Tolstoi de la forma como se enseñaba literatura? Busqué algo con lo que yo pudiera aprender a escribir. Entonces me pareció que la Historia era el lugar privilegiado para esto. De modo que hice Historia. Sin embargo, debo decir que en relación a la literatura, la formación es siempre muy azarosa. Tengo que decirte que un escritor no necesita leer todos los libros. No necesita leer a Kafka o a Cervantes para escribir buena literatura, para escribir una gran novela. No creo en esa idea de muchos que defienden la lectura de toda la historia de la literatura como medio único para alcanzar el fin de la escritura. Un filósofo, sin embargo, sí debe leer a los autores -a todos-, porque un filósofo que no haya leído a Kant, a Hegel, a Nietzsche o a Heidegger no puede pensar y construir un lenguaje filosófico. Su armazón de pensamiento debe construirse mediante la tradición filosófica anterior, pues debe negarla. La formación del escritor, por lo tanto, no es la misma que la de otros oficios.
MDP: ¿Tiene la lectura algo que ver con esto?
RP: Claro, porque lo importante aquí es el modo en que se lee. Pero el modo en que un escritor lee cuanto se ha escrito no tiene que ver con la cantidad, sino con la cualidad.
MDP: Y toda esa información tuya sobre la historia, ¿no la aplicaste? ¿No te sirvió?
RP: Sí, claro que la apliqué, pero sin darme cuenta. Recuerdo que Enrique M. Barba, un gran historiador, conocía solamente tres años de historia argentina; quiero decir que conocía o había estudiado sólo esos tres años de historia: Como Rosas llegó al poder. Para él no era necesario conocer el origen de toda la historia -la totalidad de ella-, sino que solamente le interesaba ese fragmento de tres años.
MDP: Y ¿cómo se relaciona esto con tu formación?
RP: Porque la historia me enseño a leer. Enrique M. Barba nos llevaba al Archivo Histórico de Buenos Aires, que es el más importante de la provincia. Visitar el Archivo es una experiencia increíble. Te encuentras con lectores extraordinarios y tú mismo te conviertes en un lector extraordinario porque no sabes qué te vas a encontrar. Allí hay una relación con el azar y la forma como se leen ese tipo de signos que están ahí perdidos... Era curioso, pero Enrique, antes de comenzar a buscar, nos decía: «Toda página que no tiene cinco notas al pie es una novela». Ésta es la mejor definición que yo conozco del género. A él le parecía imaginativo un libro que no tuviera fuentes (risas).
MDP: Y poco a poco, entre bibliotecas y archivos fuiste creando tu estilo.
RP: En realidad, en cada libro trato de cambiar el estilo porque lo que define la relación con la escritura no es el estilo sino el tono. El tono es el ritmo de la prosa. Y también una relación del que está narrando con la historia que se narra: ¿apasionada?, ¿irónica?, ¿de venganza? Me interesa mucho si el narrador conoce toda la historia cuando comienza a narrar o no la conoce; si empieza por el final en lugar de empezar por el principio, o por el medio. Esas son las cosas que yo me planteo cuando escribo la historia de una novela. Cuando tengo «ese tono», cuando sé cuál es la voz del que narra -si es tercera o primera persona-, entonces la historia empieza a funcionar. Cuando uno no tiene ese tono, sin embargo, lo que hace no es escribir, sino redactar. Voy a decirte que el tono es lo que los escritores roban de las obras ajenas. Ser un Faulkner, un Thomas Bernhard, un Hemingway... Uno escribe con la prosa de Bernhard y le salen cosas de tipos aislados; uno escribe con la prosa de Faulkner y le salen cosas de tiempos diversos, porque el tono del narrador le lleva directamente hacia la construcción definitiva del texto.
MDP: ¿No fue Georges-Louis Leclerc quien dijo que el estilo es el alma del hombre?
RP: ¿Te refieres a robarle el alma a la novela? En realidad, pienso que todo eso circula de forma gratuita con la lectura de cada obra. En los poetas el estilo quizá sea otro, no sé, algo muy personal que tiene que ver con el genio creador. De lo que sí estoy seguro es de que el estilo debe ser entendido como una decisión ética (en el sentido del uso del lenguaje): qué tipo de escritura voy a utilizar, si va a ser demagógica, barroca, sencilla... Es decir, que para mí el estilo tiene que ver con la ética personal de cada uno, mientras que el tono se relaciona más con la narración.
MDP: Tu primer libro fue La invasión, publicado en 1967, un libro de cuentos. El año pasado lo volviste a reeditar con muchos cambios.
RP: Siempre pensé en reeditarlo. Al mismo tiempo era consciente de que tenía un conjunto de cuentos escritos esos años esparcidos en revistas y que aún no había publicado. Estaba interesado en revisar tanto La invasión como esos cinco cuentos llamémoslos «inéditos». A hacerlo me decidió la intriga por lo que iba a pasar rescribiéndolo todo no sólo como me imaginaba que fue escrito en aquel tiempo, sino también cómo pudo haber sido de haberlo hecho de otra manera. En efecto, se trata de una empresa inútil pero que, sin embargo, me interesa cuando escribo un libro: que haya algo que no sé si podré resolver en la escritura. Además tenía un par de relatos inacabados, el primero y el último -uno que se llama «El joyero» y otro que se llama «Un pez en el hielo»- que debía terminar para que tuvieran cabida. Se trataba de dos relatos extensos a los que había vuelto muchas veces, pero que siempre había dejado sin terminar. Cuando tomé la decisión de incluirlos, pude al fin terminarlos. El riesgo era escribirlos como me parecía a mí que los habría escrito en 1967, cuando publiqué por primera vez La invasión.
MDP: Fue un duro ejercicio de memoria.
RP: Sí, pensar cómo era el escritor de entonces es un ejercicio también para ser más joven. Gracias a la escritura pude ser de nuevo como era yo en los años sesenta (risas).
MDP: Después de éste, llegaría tu gran éxito, la novela Respiración artificial. Tras su aparición, sorprendió mucho el encuentro entre Kafka y Hitler: precisamente éste me parece uno de los momentos más trágicos de la literatura. Pero ¿qué sucedió en tu vida después de la publicación de este libro?
RP: Respiración artificial es un libro al que le estoy muy agradecido. La literatura no sólo construye mundos sino también amigos y relaciones. Yo escribí el libro en condiciones difíciles, cuando Argentina atravesaba un momento crítico. La decisión ética que yo tomé al escribirlo fue dejarme llevar por lo que salía. En la novela hay una larga conversación sobre literatura que habría sido más fácil para mí convertirla en una larga conversación sobre pasiones y mujeres, cosas de las que se hablan en una novela. Pero vi que estaba saliendo con un ritmo y un tipo de narratividad más interesante que todo eso y dejé que la escritura corriera. Si uno mira con atención se da cuenta de que Tardewski, cuando empieza a contar, todavía no sabe que va a contar la relación entre Kafka y Hitler. Aquello se me ocurrió en el medio de la historia, a partir de una nota escrita en mi diario de entonces. Había leído una Historia del nazismo y había tomado unas notas de un año en el que Hitler se había escapado del servicio militar a Praga. Al terminar de leer este pasaje, escribí en mi diario: «Se encontró con Kafka». Yo estaba en el medio de la novela y, no sé cómo, me acordé de aquello. Fue lo que permitió, por azar seguramente, que la novela encontrara su impulso.
MDP: Pareces decir con esto que Hitler, el máximo criminal de aquellos años, en el fondo, fue un cobarde.
RP: Claro, a mí eso fue una de las cosas que más me interesó de la historia: el tipo más militarista y más horrible, cuando le llegó el momento de hacerse militar, huye, sin embargo, a Praga. La otra cosa fue el artista fracasado de Hitler. Desde luego, le rechazaron dos veces en la Escuela de Arte por ser un pintor mediocre, pero él quería ser pintor, estaba convencido de que llevaba un artista dentro. Imaginé al joven Kafka y a este tipo, que estaba ahí, delirando, y me pareció una gran idea para una novela ponerlos juntos y que hablaran entre ellos de sus cosas.
MDP: Tu conferencia de hoy se titulaba «El escritor como lector», pero ¿cómo crees que debería leer un escritor que empieza a escribir y cómo debería escribir el último lector?
RP: Me gusta esta pregunta. Mi libro El último lector parte de una frase de Faulkner que me impresionó mucho: «Escribí El ruido y la furia y aprendí a leer». Escribir cambia el modo de leer. Ahora bien, cómo lee un escritor, cuál es esa lectura, desde dónde parte, es lo que estoy tratando de solucionar ahora. Un escritor lee para ver cómo está hecho el libro. Se pregunta más por el cómo de la construcción, que por el qué de la significación. Su duda es si podrá hacer una mesa parecida, no para hacer una mesa igual, sino para aprender a hacer mesas. Estoy hablando aquí de la lectura técnica. Después hay que leer libremente y no dejarse impresionar por ningún autor. Por otro lado, el tema del último lector remite a llegar tarde, a la virtud de la lentitud, a no estar al día. Uno tiene que leer los libros cuando le dé la gana, cuando ya no se escuchan, cuando, digamos, no están por decidir. Tener que saber lo que está pasando continuamente y a todas horas no me parece que sea el camino.
MDP: Entonces, ¿tú crees que a un escritor y a un lector les puede dar tiempo a leer todo si dejaran de lado sus contemporáneos?
RP: No, no, por supuesto que hay que leer a los contemporáneos. No hay que leerlos con la intención de estar al día, sino cuando a uno le parece que es el momento de leerlos. Me opongo a la idea de seguir obligatoriamente la circulación de los libros. Muchos escritores jóvenes tienen la convicción de que la literatura está en las novedades, y deberían tener otro tipo de convicción.
MDP: Y ¿qué convicción es ésa?
RP: Bueno, el estilo es una convicción, por ejemplo. Como la convicción es muy importante en la escritura, el escritor joven, el que empieza, tiene que estar seguro de tenerla. Que su palabra, que su estilo, sea convincente es muy importante. Se trata de una actitud hacia la literatura. Ahora bien, no se trata de hacer literatura en el sentido marxista de ciertas lenguas que se consideran literarias. El que empieza a escribir debe escribir lo que le parezca a él en el sentido más personal, una voz que sea lo más natural posible. Pero los consejos son siempre consejos y no sirven para nada (risas).